La contemplación propuesta es neutra porque es universal: el creyente, cualquiera que sea su religión, puede practicarla, lo mismo que el ateo.
La āsana de meditación usual es una posición sentada, pero esta vez se requiere la actitud fetal: el dibujo que vemos al pie no necesita comentarios, excepto para precisar que la columna vertebral en media luna repite aquí la forma que tenía en el útero materno. Es esencial, pues en alguna parte la memoria corporal asocia esta forma de la columna con el estado fetal y con su riqueza, que se trata de recuperar.
El tema: un paisaje nocturno. Imagino una playa desierta hace algunos miles de años. Ante mí se extiende la inmensidad del océano de los orígenes. Además de «esa sombría claridad que cae de las estrellas», añado al firmamente una delgada luna en cuarto creciente. Todo se refleja en el agua. Contemplo este espectáculo eterno y dejo lentamente que el cuarto creciente se convierta en luna llena, lo que me extrae del tiempo lineal y me inserta en el tiempo cíclico.
El aire es suave, la noche tan tibia como el agua. El océano respira: una ola suave se deshace sobre la playa, se estira, deja su espuma un instante y luego refluye hacia el mar. La siguiente vuelve a subir a la arena, deja su espuma y refluye, y así sucesivamente. El lector lo ha adivinado: la respiración acompaña cada ola. La ola sube y yo inspiro, la ola deja la espuma y yo retengo el aliento, la ola refluye y yo vacío mis pulmones, espero uno o dos segundos y luego reinspiro con la ola siguiente... El OM imaginado acompaña la inspiración y la espiración. Así, acunado por las olas, me integro a la vida marina hasta percibir que el océano es un gigantesco organismo viviente, cuna de toda vida y símbolo de lo Indiferenciado. ¿Tiempo que dura esta contemplación? El que quiera mientras me sienta bien...
Luego, en el horizonte, poco a poco el cielo palidece, después enrojece. Por último, con la majestuosa lentitud que tiene en la realidad, el Sol emerge y se eleva, glorioso, en el cielo sereno, limpio de nubes.
Contemplo su disco anaranjado encima del horizonte, y se vuelve esférico. Su dulce calor penetra el aire, el agua, la arena, envuelve mi cuerpo. ¡Qué felicidad este sol matutino! Sin embargo no olvido las olas, que marcan siempre el ritmo de mi respiración y el OM. Me impregno a la vez de vitalidad y de serenidad. Cuando mi mente se aparte por sí misma del sol y del mar, detendrá mi contemplación interior, abriré los ojos y volveré a vestirme, sin prisas, por supuesto.
Si esta contemplación se hace al atardecer, el guión es al revés: el Sol se hunde en el océano, el cielo crepuscular se oscurece, la noche calmada y serena apacigua mi mente La Luna llena decrece, se vuelve cuarto menguante y luego desaparece. En el firmamento las estrellas y los planetas brillan con toda su luz y animan el agua con sus reflejos. En el océano maternal y protector la vida se duerme. ¡Esta contemplación es insuperable para preparar un sueño feliz!
TANTRA, EL CULTO DE LO FEMENINO, Andrè Van Lysebeth
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